Mayo 2011
Es increíble como uno no se da cuenta de lo que tiene hasta
que lo pierde. O como uno quiere más las cosas por no tenerlas. Sufre mucho si
se las arrebatan inesperadamente, descaradamente. Pero también es
desesperantemente doloroso ver el paulatino pero certero final allá a lo lejos
(¿o no tanto?) sin poder evitarlo.
Había pensado muchas veces que ya me aburría, que
probablemente él se aburriera también. Una vida tan monótona, ¿cómo podría no
serlo? Siempre le desee lo mejor, obviamente, pero creo que me importaba más
desearme lo mejor a mí. Y solamente por eso, no hacía nunca nada para hacerle
la vida más amena. No lo visitaba muy seguido, ni siquiera tenía muy presente
satisfacer sus necesidades más básicas. Siempre alguien más se encargaba. Es
bastante egoísta recordar eso, teniendo en cuenta que él estaba ahí por mí, que
yo pedí que viniera. Igual tuvimos buenos momentos (espero que lo hayan sido
para él como para mí) y siempre que lo veía era con mucho cariño. Esos ojitos
suyos no te permitían devolverles la mirada de otra manera. Y reprocharle sus
errores hubiera sido muy difícil de no ser que al poco tiempo ya estaba en la
suya, probablemente haciéndolo de nuevo. La verdad es que él siempre estaba
ahí, en el mismo lugar, y yo lo iba a buscar cuando me acordaba o cuando tenía
la necesidad. En un principio yo era la que le estaba siempre encima, y me ofendía
cuando veía que no me daba mucha bola, que se entretenía solo. Pero después se
dieron vuelta las cosas y era él el que insistía con que me quedara, y yo la
que lo tenía que dejar. Pero siempre contaba con que él iba a seguir estando
ahí. Ahora uno se da cuenta de la alegría que su presencia le daba al lugar,
con sus cosas malas y buenas. Esa forma de ser simple y juguetona te hacia
olvidar por un rato tus problemas. Me pregunto si él me habrá querido
realmente, o si sólo le importaba lo que le daba. Lo cierto es que era muy simpático
con todos por igual, no debí importarle yo en particular. Eso hería un poco mi
orgullo, pero cuando empecé a indagar sobre la costumbre de su presencia,
cuando me empecé a preguntar si me dolería su ausencia, fue cuando dejé mi
orgullo de lado y empecé a apreciar lo que él me podía dar a mi, por más de que
sólo fueran ladridos. Y el destino me dio la respuesta sin misericordia. Otro día
como los habituales, en los que no pasaba a verte, te hizo desaparecer para
siempre. Ya ni pienso en si pude hacer algo, ya no me mortifico con pensar en
la forma despiadada en que sufriste. En lo solo que terminaste, como te hice
estar casi siempre. En que no estuve cuando me necesitaste. Te perdí en las vísperas
del más morbosamente irónico día del amigo.